A finales del siglo XVIII, un pequeño grupo de buenos amigos se reunía en una casa en las afueras de Birmingham, Reino Unido. Se emborrachaban y se dedicaban a resolver los problemas de su tiempo. Entre escritores, intelectuales, científicos e industriales, descubrieron el oxígeno y cómo aplicar la energía de vapor, fueron pioneros en la teoría de la evolución y empezaron la Revolución Industrial. Luego volvían a casa siguiendo la luz de cada luna llena. El fabricante Matthew Boulton, el ingeniero James Watt, el científico Joseph Priestly y el médico Erasmus Darwin eran el alma de lo que se conocía como Sociedad Lunar.
Hoy, inspirados por ese grupo ejemplar, hay gente que está uniendo fuerzas para conseguir una vida digna para todos. A tan solo veinte minutos del centro de Barcelona, en una casa del siglo XII en las colinas de Valldaura, un grupo de expertos, profesores, inventores, asesores, estudiantes de posgrado y filósofos se preguntan cómo la ciencia y la tecnología pueden servir a la sociedad. Es un laboratorio como no se ha visto antes.
Mientras toma una o dos cervezas con sus colegas, el coordinador Jonathan Minchin comparte conocimientos y grandes ideas, inspirándose en la Sociedad Lunar. Su misión es poder “hacer o cultivar (casi) cualquier cosa” sin salir de los límites del parque metropolitano más grande del mundo. Con ocho mil hectáreas rodeadas de pinos, el Parque Natural de Collserola, en Cataluña, es veintidós veces más grande que el Central Park de Nueva York.
Útil y hermoso a la vez Green Fab Lab es un centro de investigación que fusiona la fabricación digital con la idea de autosuficiencia, conectando el conocimiento ancestral con las tecnologías más avanzadas. El laboratorio de fabricación, situado en el subterráneo, contiene todas las herramientas para la “fabricación aditiva“: impresoras 3D, máquinas de corte láser y máquinas de formato para cortar productos electrónicos pequeños o madera. Pero lo importante no son las máquinas, sino las ideas.
El Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña, con ciento cincuenta estudiantes de máster de cuarenta y siete países diferentes, forma la próxima generación de arquitectos “que quieren hacer buen uso de sus manos”. Como dice Jonathan: “No hay ninguna torre de marfil para estos arquitectos que controlan la orquesta”. Estas mentes brillantes se unen para incentivar lo que se conoce como la tercera revolución industrial: la digitalización de la construcción. Y no solo en luna llena.